Se me acabaron las vacaciones de verano. Hay qué ver lo que tardan en llegar y lo rápido que se terminan... Ahora a resignarse toca, bueno al menos me queda disfrutar recordándolas en este blog.
Al final el recorrido que realizamos fue el siguiente:
08/07 Nápoles
09/07 Pompeya
10/07 Roma
11/07 Roma
12/07 Roma
13/07 Florencia
14/07 Florencia
15/07 Florencia
16/07 Pisa y Siena
17/07 Venecia
18/07 Venecia y Vicenza
19/07 Verona y Milán
20/07 Milán
La verdad es que acerté con la previsión de días para cada ciudad y nos dio tiempo a ver todo aquello que nos interesaba sin demasiadas prisas. Lo pasamos estupendamente, a pesar de que los primeros días como veréis fueron algo accidentados, y entre otras cosas este viaje nos ha servido para quitarnos muchas ideas preconcebidas que teníamos sobre Italia y los italianos. Pero empecemos por el principio:
Día 1: Nápoles.
La verdad es que Nápoles no tiene demasiado para ver y quizás sus mayores atractivos sean: aquellos edificios y monumentos que vinculan históricamente a Nápoles con los reyes aragoneses; el Museo Arqueológico Nacional, donde se encuentra parte de la colección de arte de los Farnese, de relevante importancia algunas formidables esculturas de la Roma antigua; y las famosísimas pizzas, al parecer de invención napolitana.
Nosotros paseamos por Spaccanapoli, donde probamos unas deliciosas pizzas en una terraza y de postre los no menos famosos gelatos. Después, con las pilas cargadas, visitamos la catedral; la iglesia de San Domenico Maggiore, en cuya sacristía se encuentran 45 cofres con los restos de los príncipes de Aragón y otros nobles; la iglesia de Gesú Nuovo; el Museo Arqueológico Nacional, donde quedamos estupefactos ante el Toro Farnese; las plazas de Dante, de Trento e Trieste y del Plebiscito; la Galleria Umberto I, un lujoso centro comercial inaugurado en 1900; el suntuoso Teatro San Carlo, la ópera más grande de Italia; el imponente Castel Nuovo; y ya de noche la Fontana di Nettuno, obra de Bernini.
Después de tremenda paliza, lo único que nos apetecía era meternos en la cama, además al día siguiente pensábamos madrugar pues queríamos que nos diera tiempo a visitar Pompeya por la mañana y ascender al cráter del Vesubio por la tarde. Cenamos en un chino muy cerca de la Fontana y regresamos caminando hasta el hotel por avenidas sin iluminar, totalmente a oscuras, sin más luz que la de los vehículos que circulaban caóticamente por la calzada a toque de claxon y muy pendientes de esquivar a aquellas motos que repentinamente invadían nuestra acera para saltarse los atascos. Definitivamente estábamos en el tercer mundo...
Al llegar a la habitación toco susto: a Diana le habían salido unos ronchones de granitos rojos por todo el cuerpo, quizás algo le había dado alergia o quizás era debido a la fatiga, la verdad es que el paseo había sido demasiado largo y más aún para una embarazada. Decidimos acostarnos con la esperanza de que a la mañana siguiente hubieran desaparecido.