domingo, 19 de agosto de 2007

Blasco Ibáñez contra la guerra de Cuba

Retomando de alguna manera el post anterior, me gustaría transcribir algunos fragmentos de varios artículos muy interesantes que Blasco Ibáñez publicó, en su diario El Pueblo, a cerca de la guerra de Cuba. Estos artículos provocaron la persecución del escritor republicano y la condena a dos años de cárcel, de los que únicamente cumplió siete meses por conmutación de la pena.

El 24 de febrero de 1895, los independentistas cubanos se sublevan en Baire al grito de "¡Viva Cuba libre!" Pronto se han de hacer famosos los nombres de José Martí, Máximo Gómez y Maceo, pero tan sólo cuatro días después del alzamiento, cuando aún se desconoce el alcance de la rebelión que desembocará en el llamado Desastre del 98, Blasco Ibáñez escribe un artículo que llama "Lo de Cuba":


[...]

Como era de esperar, el partido conservador, todos los representantes de la política cubana, eminentemente reaccionaria y principal culpable de los descalabros que nuestra patria a sufrido en dicha isla, han tomado pretexto en los recientes sucesos para abominar de las reformas antillanas que todavía están pendientes de discusión en el Senado.
No. la reciente insurrección (si es que realmente existe) no es el producto de las reformas, si no de los muchos años de despotismo arbitrario, de dictadura militar que viene sufriendo la isla de Cuba.



Si la restauración no hubiera mantenido en las Antillas ese régimen de procónsules con fajas y charreteras que tan tristes resultados produjo en tiempos de Isabel II; si se hubiera colocado a nuestras posesiones de América al mismo nivel de libertad y derechos que merecen por su cultura no habríamos tenido que lamentar esas intentonas separatistas que tantos perjuicios han causado a la patria.


Los que amamos la libertad con todas sus grandezas y todos sus defectos, debemos emplear la misma vara de medir en la Península que en las Antillas.


No. Las reformas que se propone establecer el gobierno en la isla de Cuba no pueden ser motivo de sedición.


Nadie protesta ni se subleva por que le concedan más libertad.


El movimiento separatista es consecuencia de opiniones anteriores.


[...]


Imitemos el ejemplo de Inglaterra maestra en el arte de conservar las colonias cuando éstas alcanzan un grado de cultura igual al de la metrópoli.


Concedamos a Cuba la autonomía completa que de derecho le corresponde, como Inglaterra se la concedió al Canadá y veremos inmediatamente como la gran Antilla permanece tranquila sin necesidad de mantener en ella un gran ejército, y cómo en vez de maldecir a la patria española, la ama y la bendice.


Blasco Ibáñez defiende no sólo la autonomía de la isla, pues sabe que ya es demasiado tarde, si no la independencia total de la misma. Pocos días después, ante el embarque de tropas efectuado en el puerto de Valencia el día 8 de marzo, Blasco denuncia de forma desgarradora las injusticias sociales de un país donde sólo los pobres son obligados a combatir. Escribe el "El rebaño gris":

Ayer fue embarcado en nuestro puerto el regimiento peninsular.

!Hermoso espectáculo!

Una masa de jóvenes vestidos con trajes de mecánica, pasando el portón que conducía a la escala del Antonio López, mirando en derredor con cierto azoramiento, andando como sonámbulos, sin osar volver la mirada atrás por miedo a que la tierra patria, que tal vez no vuelvan a ver, despertase en su memoria penosos recuerdos que hiciesen asomar las lágrimas a sus ojos. Un rebaño gris que, mansamente guiados por pastores tristes y desdentados, avanzaba sobre los embreados maderos, subiendo la escala para desaparecer en las entrañas del trasatlántico.

...] allá va con rumbo a las Antillas nuestra juventud robusta, arrancada al trabajo de los campos, a la industria de las ciudades, para caer exánime en la manigua o en el lecho caliente y apestado aún por el último moribundo, llamando en vano a la madre separada de ellos por miles de leguas.

Triste y oscuro es su porvenir, pero no pueden quejarse de la despedida.

Lo más selecto y distinguido ha ido a saludarles al alejarse de la Península.

Los que cobran los pingües sueldos de Cuba; los que por su nacimiento están seguros de que en caso de ruina el gobierno les dará algún puesto en las Antillas de esos que permiten hacer milagros; las gentes pudientes que por obra y gracia de seis mil reales tiene la generosidad de renunciar al alto honor de servir a la patria, fueron los que con más puntualidad acudieron a despedir a esos humildes obreros, enfundados en un uniforme, respetable, sí, porque es la vestidura reservada a los parias, a los pobres, a los desgraciados.

No pueden quejarse esos infelices que se alejan con rumbo a la muerte. En la orilla estaban las madres y las hermanas conteniendo los sollozos. Veíanse las mujeres de los sargentos tragando sus lágrimas para no asustar a los niños que miraban con asombro en la popa del buque al padre vuelto de espaldas para ocultar su emoción; era dolorosa la despedida; pero ya estaban allí las autoridades para animar al rebaño repartiendo pesetas y tabaco, y tampoco faltaban hablando de la patria, honor, etc., esos buenos burgueses que a la menor alteración de orden público corren a esconderse en el último pueblo de la provincia, pero que, belicosos por afición, gustan de leer por las noches, en la caliente cama y con el gorro de dormir, las noticias de las batallas, y por las mañanas digieren mejor el chocolate si saben que hemos vencido.

¡A Cuba, sí! Debemos defender nuestros intereses. Por el honor de España tenemos que guardar fusil en mano los millones de los negreros jubilados; debemos conservar la isla para que no se interrumpan las remesas de ladrones; es preciso conservar nuestras Antillas tal como hoy están, para que el mundo civilizado pueda apreciar un ejemplo palpable de cómo se gobernaban las colonias en tiempo del absolutismo.

El porvenir no debe inquietar a ese rebaño gris de infelices que se aleja. Más de una mitad estará antes de tres meses pudriendo tierra...pero ¿qué importa esto? También gozaran el envidiable honor de que Romero Robledo u otro de los ingeniosos políticos que tienen ingenios en Cuba los llore en el Congreso como héroes, como mártires de la patria, sin enterarse siquiera de sus nombres.

[...]

El 5 de septiembre de 1896 en "Que vayan todos: pobres y ricos" dirá:

Ayer era mucha la gente que en el puerto contemplaba el Transatlántico Sarastegui, anclado junto a la riva, enorme monstruo de hierro que arrojaba negruzco hálito por la boca de su chimenea, como jadeante de impaciencia por llenar presto su cóncavo vientre con la carne de pobre, la carne de esclavo que una ley absurda envía a las Antillas para que la devoren las fiebres y las penalidades de la campaña.

Ayer, aglomerado en lanchones y subiendo las empinadas escalerillas de los costados, iba entrando en el buque el rebaño gris, la cohorte de desgraciados que no tienen padres ni seis mil reales, ni cacique que les proteja, y que víctimas del desbarajuste nacional y de absurdos privilegios, marchan a la guerra para derramar su sangre por esa integridad nacional que sólo parece interesar a los pobres.

[...]





El 11 de octubre de 1895, Blasco Ibáñez arremete contra los intereses económicos de la guerra en "¿A quién aprovecha?":

[...]

Terrible es para España la guerra que sostiene en Cuba; sacrificios sobrehumanos y torrentes de sangre nos cuesta el mantener la bandera nacional en aquella isla; verdadera Barataria, a la que han ido a enriquecerse todos los Sanchos más o menos maliciosos de la restauración; pero tras tantas desdichas, también se ocultan magníficos negocios, y cabe decir imitando al latino:

¿A quién aprovecha la guerra de Cuba?

Aprovecha a los bolsistas sin conciencia, que, partidarios fanáticos de la baja, esperan con ansiedad un cataclismo nacional y hacen votos para que nuestros soldados perezcan en espantosa derrota y sean macheteados a miles para poder ellos pescar millones en el pánico que tales hecatombes producen en la Bolsa.

[...]

Vayan tranquilos los infelices reclutas a morir en Cuba. Su triste suerte podrá sumir en eterno dolor a sus familias; pero que se consuelen al conocer que su muerte sirve para algo.

Al principio de la guerra sabían que su heroico sacrificio servía para conservar una fuente inagotable de riqueza a todos los personajes arruinados, a todos los sablistas de buen porte que durante el presente siglo, gracias a los protectores políticos, han ido a Cuba a robar escudados tras la credencial.

[...]




Y con mayor dureza si cabe denuncia los intereses económicos de los jesuitas, haciendo gala de esas ideas anticlericales y antimonárquicas que le caracterizaron, en "Cargamento de carne", publicado el 31 de octubre de 1896:

[...]

No es bastante que el pobre que carece de dinero para redimirse tenga que ir a exponer su pecho a las balas, mientras otros, por su afortunado nacimiento, permanecen tranquilos en sus casas; no es suficiente el peligro de caer en el lecho de un hospital, víctima de las fiebres tropicales, si es que su vida la respeta el plomo enemigo; les queda a los infelices predestinados un tormento más que sufrir: el de regresar a la Península en un buque de la Trasatlántica como enfermos incurables.

Enflaquecidos, medio desnudos, sufriendo toda clase de necesidades, amontonados en el fondo de lúgubre y asfixiante sollado como los negros iban en las entrañas del bergantín negrero, han llegado a Cádiz los pobres defensores de la patria a bordo de un buque de esa Trasatlántica, empresa jesuítica que podía chapar de oro toda su flota con el dinero que le ha sacado a la nación española y el que le sacará.

¿Es que aquí no hay justicia ni se oyen las lamentaciones de los infelices? ¿Es que el patriotismo de los monárquicos consiste en ser accionistas de esa compañía y aprovecharse de las desdichas del país para proporcionarla escandalosos negocios?

[...] lleva cobrados, ad majoren Dei gloriam millones de duros por los transportes de la guerra de Cuba, y sin embargo, las expediciones de soldados y enfermos son cargamentos inhumanamente realizados, que servirían de lección a los antiguos negreros de Guinea.

El que en sus barcos entra haraposo se queda desnudo; el sediento se muere de sed; el hambriento, si no tiene dinero, se contenta con un rancho de agua sucia; y es que semejantes a los sacristanes que a fuerza de quitarles el polvo a los santos se familiarizan con ellos y concluyen hablándoles de tú, esas gentes que se enriquecen y negocian a la sombra de la Iglesia, a fuerza de tutearse con la religión católica, acaban por olvidar las obras de misericordia.



El 14 de agosto de 1896, contra de la recluta voluntaria escribe "Los mercenarios":

[...]

La nación necesita hombres que vayan a defender su integridad en la manigua cubana, carne dócil y obediente, no para recibir las balas de los emboscados y el machete del insurrecto, sino para que la pudran con su hálito mortal sobre los camastros de los hospitales, esas fiebres antillanas que auxilian a Gómez y a Maceo más eficazmente que la protección de los yankées. No basta ya la juventud obrera arrancada al campo y al taller entre los dolorosos alaridos de la madre y el hondo pesar del viejo obrero, que se echa en cara con desesperación la honrada pobreza que no le permite poseer el puñado de billetes que libra a su hijo de la muerte; no es suficiente pasto para el infierno de la Antilla ese rebaño gris que, sombrío y resignado sale de los cuarteles con dirección a los puertos y desde la popa de los trasatlánticos dice ¡adiós! A España; es ya necesario acudir al apoyo del hombre que vende su cuerpo, a la recluta voluntaria, al abanderamiento de lo más peorcito del país, de la espuma infecta que sobrenada en los más misteriosos y oscuros rincones de la sociedad.

Alguien habrá que voluntariamente, poseído por el entusiasmo, se deje arrastrar por la recluta y lleve en sí el germen de un héroe, pues aquí lo único que no hemos perdido con el transcurso del tiempo es la recria de valientes; pero la mayoría de esos soldados que compra la patria van allá impulsados por el hambre o la holgazanería, y bien pudiera suceder, como indican algunos periódicos, que con la recluta, lo que se haga es enviar refuerzos a la insurrección.

[...]

Esa guerra de Cuba, por extraña contradicción, al par que es la ruina de la patria sirve de enriquecimiento a los merodeadores de la desgracia nacional. España se arruina, pero Comillas, con sus trasatlánticos, gana millones; los potentados de Cuba que residen en la Península ven garantizadas por las armas y la sangre de los pobres la posesión de los ingenios o señoríos feudales que heredaron como valioso resumen de las rapiñas de sus antecesores; y ahora, para generalizar el negocio se hacen ricos los traficantes de carne humana, los negreros con autorización, que recorren las tabernas donde albergan los vagos, o las plazas donde pasean su hambre y sus brazos desalentados los obreros sin trabajo; y a unos con el vino que enloquece y a otros con seductoras mentiras que turban, los conquistan para que pasen el mar y mueran por la nación, que paga tal sacrificio con una cantidad, de la cual sólo una exigua parte llega al bolsillo de la víctima.

Siempre han dado fatales resultados las guerras en las que ha habido necesidad de acudir a la recluta voluntaria, al auxilio mercenario, a los brazos comprados con dinero.
Para la defensa de la integridad nacional lo primero que se requiere es entusiasmo; que la juventud sin distinción de clases sociales corra a las armas como en la epopeya de la Independencia. En cualquiera de nuestras luchas políticas, en los movimientos revolucionarios o en las guerras carlistas, ha habido más abnegación y entusiasmo que en el presente.
Ahora que se trata de la conservación de Cuba, sólo van allá entre lágrimas y consternación los forzados reclutas, las víctimas de su pobreza o los que se venden por desesperación o por vicio. En las clases poderosas, en las que viven entre riquezas, no se ve el menor intento de sacrificio ni se registra el ejemplo de un solo individuo que, abandonando el regalo de su existencia, vaya a pelear en la manigua.


[...]

Si alguien está interesado en leer íntegramente estos y otros artículos, el recientemente fallecido José Luis León Roca realizó una recopilación que publicó en 1978 como "Artículos contra la guerra de Cuba".

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Imágenes tomadas de:

http://www.latinamericanstudies.org/mambises.htm
http://www.editorialbitacora.com/armagedon/cuba/cuba.htm
http://www.elmundo.es/magazine/num114/textos/bill.html
http://storm.prohosting.com/extraofi/barcos_cuba/barcos_guerra_cuba.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias a berzas como el Blasco ese, d las narices, hemos perdido todo lo q d grande tuvimos. Eternos disconformes, q se creen la luz del mundo y no son mas q payasos al servicio inadvertido d las potencias extranjeras q siempre se han valido d ellos como mejor arma. Con ello no llegaremos a ninguna parte, y así andamos aún hoy. Da pena, mas q rabia... q aún hoy sigan confundiendo la velocidad con el tocino.

Anónimo dijo...

Si, Blasco tuvo el mérito de luchar contra la ignorancia, los prejuicios patrioteros y los trolls de la época como tú, que apuntas a la inteligencia pensando que fuimos grandes por oprimir y inculcar a la fuerza supersticiones religiosas a otros. Me siento solidario con Blasco a través del tiempo porque aún sigue siendo criticado por la basura patriotera y religiosa.

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