sábado, 11 de agosto de 2007

Italia. Día 5: Roma

12 de julio de 2007, jueves.


Me desperté por la mañana con muy buen estado de salud y con las fuerzas retomadas. Las íbamos a necesitar pues era nuestro último día en Roma y prácticamente no habíamos visto nada. Este año, al viajar en julio, llevábamos todos los hoteles reservados desde Madrid, lo cual nos dejaba poca flexibilidad y al día siguiente teníamos que estar en Florencia.

Extendimos un plano de la ciudad sobre la cama de la diminuta habitación y marcamos en él lo que nos parecía más fundamental: la basílica de San Pedro y los Museos Vaticanos, para la mañana. El Coliseo, el Monte Palatino y los foros, para la tarde. También, por cercanía, marcamos la tumba del Papa Julio II, el Moisés de Miguel Ángel, en San Pedro in Vincoli.

Cogimos el metro en Termini y tras seis paradas nos bajamos en Ottaviano, muy cerca de la Ciudad del Vaticano. Al llegar a la Plaza de San Pedro, nos esperaba una larguísima cola de turistas que circundaba toda la plaza, considerada uno de los espacios públicos más grandes del mundo. Así que allí, a pleno sol, nos armamos de paciencia. Me llamó mucho la atención la cantidad de japoneses que había. Eran millares. Entre estos y los que estarían visitando el Palacio Real de Madrid, Japón debía de estar vacío. Debe de ser un buen lugar para visitar en los meses de verano... Al final, como por mimetismo, terminé haciendo lo mismo que ellos: sacar fotos a diestro y siniestro en la enorme plaza diseñada por Bernini y considerada una obra maestra del urbanismo barroco.

Tras pasar un control de metales llegamos hasta la basílica, tumba de San Pedro. La verdad es que el interior de esta enorme iglesia, en la actualidad la segunda más grande del mundo, no deja indiferente a nadie. Las espectaculares obras de arte que contiene y su enorme cúpula diseñada por Miguel Ángel sobrecogen a los visitantes. Cabe destacar la conmovedora Pietà de Miguel Ángel, sobre la que se arremolinan multitud de curiosos alrededor del cristal antibalas que la protege. Muy cerca de allí, el disco de pórfido rojo señala el lugar donde, el 25 de diciembre del año 800, el Papa León III coronó a Carlomagno como Emperador de Occidente, bajo la fórmula Romanum gubernans Imperium.

Dominando el centro de la iglesia se haya el baldaquino barroco de Bernini, coronando el altar mayor, que se sitúa a su vez sobre el lugar de la tumba de San Pedro.

También pueden visitarse las tumbas de los papas, situadas en un corredor bajo la iglesia, incluida la de Juan Pablo II. Pero quizás el mayor aliciente para los turistas sean las vistas que pueden contemplarse desde la linterna, por encima de la cúpula, a unos 120 m de altura. Diana prefirió esperarme abajo al leer las advertencias que hablaban de 521 escalones. Yo lógicamente subí y me llamó la atención el encontrar sobre la cubierta de la iglesia varias tiendas de souvenirs y un restaurante. Quizás una ingeniosa manera de sortear la famosa ley divina que prohíbe mercaderes en el templo, Mateo 21:12-13 (como veis, con San Google hoy cualquiera puede ser curita).


A las 13:00 salimos de la basílica y decidimos comer algo rápido antes de visitar los Museos Vaticanos. Encontramos un lugar en una bocacalle de Via di Porta Angelica y nos metimos allí atraídos por la bandera española que colgaba de la fachada. Pero ni tortilla de patatas, ni calamares, ni nada por el estilo; sólo ofertaban una porción de pizza, más un plato de pasta, más una coca-cola, todo por siete euros. Demasiado barato: la pizza estaba reseca, los macarrones recalentados y la coca-cola parecía agua con azúcar.


Malcomidos salimos para los Museos. ¡Trece pavos la entrada! Menudo negocio que tiene montado el Ratzinger. Pero mereció la pena, pues en ellos pudimos ver, entre centenares de esculturas clásicas castradas o con la famosa hoja de parra: el Laoconte, el Torso Velbedere que tanto admiraba Miguel Ángel, La escuela de Atenas de Rafael que causó gran impresión en mí cuando estudiaba en el bachillerato y la extraordinaria Capilla Sixtina, de la que finalmente nos llevamos una mala experiencia debido a que, cuando yo apuntaba con mi cámara fotográfica a los frescos del techo, un vigilante, vestido de paisano, se abalanzó sobre mí como una mala bestia gritando: "¡NOOOO FOTO!" Entonces Diana se puso nerviosa y comenzó a gritarle también y lo cierto es que le dijo unas cuantas verdades. ¡Menuda se lió! A poco y nos sacan de allí los carabinieri. El caso es que conseguí tomar una mala foto y por despecho la coloco aquí. ¡Ala!



Después de aquella tomamos el metro hasta Cavour y en San Pietro in Vincoli visitamos la tumba del Papa Julio II, obra que Miguel Ángel tuvo que dejar inconclusa debido al encargo de la Sixtina. De aquí igualmente nos echaron: Un viejecillo que cuidaba la iglesia y debió de sentirse molesto por la presencia de seis o siete turistas que éramos. Desde luego... Qué poco tacto con el turismo. Estos romanos se estaban cubriendo de gloria.

Entonces nos fuimos caminando hasta el mítico Coliseo, el monumento más impresionante de Roma, símbolo de la Ciudad Eterna. Hoy en día, a pesar de encontrarse bastante deteriorado, debido sobre todo a que fue utilizado como cantera de piedra y mármol durante generaciones de constructores, sigue recibiendo millones de visitas cada año. Este anfiteatro, con capacidad en su interior para 50.000 espectadores, se componía de tres partes: arena, cavea y podium. La arena estaba formada por un tablero de madera que se cubría de arena para evitar que los gladiadores resbalasen y para absorber la sangre. Unas trampillas conducían a las cámaras subterráneas desde donde se izaban a la arena los animales enjaulados y las escenografías para las batallas. La arena también se podía inundar para la realización de batallas navales (naumaquias). La cavea era donde se sentaban los espectadores y se dividía en tres niveles de gradas, ocupándose cada nivel según la condición social de los espectadores. El podium, una amplia terraza situada delante de las gradas, quedaba reservado al emperador y a los senadores.


Junto al Coliseo igual de imponente se alza el Arco de Costantino y cerca de allí el Monte Palatino invita a pasear entre la naturaleza y las ruinas que parecen brotar de la misma tierra, libres de artificios turísticos y barreras que limiten el paso. Este monte, con vistas al Foro, era la zona más elegante de la antigua Roma, y numerosos patricios y emperadores la eligieron para construir sus residencias y palacios. La leyenda dice que fue en él donde Rómulo mató a su hermano Remo y fundó Roma en 753 a. C. Desde él también se puede divisar el Circo Máximo, inmortalizado por las carreras de cuadrigas en la película Ben Hur. En su época tuvo una capacidad para 200.000 espectadores, pero hoy en día no es más que una enorme explanada en la que se suelen realizar conciertos.

Después de dar un bucólico paseo, subimos por la Via dei Fori Imperiali disfrutando de las vistas de las ruinas de los foros que se extienden a ambos lados. En la antigua Roma, el foro era el centro de la vida de la ciudad y alrededor de él se distribuían edificios de gobernación, edificios religiosos y mercados.


Al final de esta Via se encuentra la Columna Trajana, erigida para conmemorar las victorias de Trajano en Dacia, está decorada con una franja espiral de relieves que representan las batallas contra los dacios y que se consideran uno de los mejores ejemplos de la escultura romana antigua.

Retomamos la Via dei Fori en dirección al Coliseo, camino del metro, disfrutando de nuevo de unas emotivas y sugerentes vistas de los foros con sus sombras alargadas al atardecer. Finalmente nos ha quedado pendiente de ver: el Panteón de Agripa, el Ara Pacis Agustae, el Castillo de Sant'Angelo, la Plaza del Popolo, la Plaza Navona, la Boca de la Verdad, el Campo dè Fiori y Trastevere entre otras muchas cosas. Al llegar al anfiteatro tomamos el metro hasta el hotel y antes de meternos en la habitación degustamos nuestra última cena romana en la trattoria del hotel "Al Camoscio d'Abruzzo" (ver Día 3): una deliciosa ensalada con frutos del mar de primero, unos sabrosos bistecs a la brasa de segundo y de postre un tartufo. Pasando de pasta. La dueña del hotel y de la trattoria vino a saludarnos mientras cenábamos, alegrándose de verme con tan buena salud. Yo desde aquí quiero aprovechar para agradecerle tantas atenciones y el trato tan amable que nos dio todo el personal de este pequeño B&B familiar.

1 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

Bell'Italia...
Italia es probablemente mi país favorito del mundo... Y no sólo por las evidentes razones de su patrimonio cultural... También por la gente, el idioma, la gastronomía, la historia, la forma de vida, y tantos y tantos motivos que hacen que allí me sienta, siempre que voy, feliz...
Cómo te envidio de tu viaje (y eso que yo también he estado en Italia, jajaja)-
Un abrazo y gracias por la visita.

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